Sostener una militancia. Transformar el dolor en activismo generador de cambio.

Comentarios a la entrevista con Maguiorina Balbuena, del texto Algunas mujeres…de nuestro tiempo, de Maricruz Méndez Vall

Por Ana María Añazco.

En esta entrevista vemos una historia de vida que reseña cómo se ha formado una líder, una militante de la lucha por los derechos del pueblo, especialmente de las comunidades campesinas. Magui Balbuena, una mujer que optó por la lucha por la igualdad, por la reivindicación de valores de justicia social.

Vemos cómo se han gestado las primeras identificaciones que fueron modelando un liderazgo, un reconocerse en el Otro semejante, entrañada en un entorno social limitado por la pobreza, postergado, sin posibilidades de cambio.

Una vida familiar enmarcada en un activismo comunitario de orientación religiosa, marcada por principios de solidaridad, da pie a unos primeros núcleos comunitarios que sirven de matriz para un mirar distinto a una realidad social cruda: una mirada que devuelve pobreza, imposibilidad de progreso y educación, migración, desarraigo.

La identificación con el Otro surge de ese poder verse en el semejante, empatizar, reconocerse en la necesidad del que se encuentra inmerso en la misma realidad. Es la identificación que permite la creación de lazos. Dice Magui: “porque yo no entendía, no podía entender tanta pobreza, con todo el trabajo que desarrollaban mis padres y toda la familia, y sin embargo, éramos tan pobres… ahí entendí,…entendí el porqué de la pobreza”.

La falta aparece como movilizadora de un querer convertirse en un agente de cambio, un agente transformador. Este camino, el de la participación en organizaciones campesinas, es transitado no sin dificultades, se van produciendo pérdidas de vínculos, renuncias, exilio, desarraigo, con el impacto que todo eso genera: zozobra, impotencia, temor, heridas profundas en las familias, camino que no es posible sostener sin vacilaciones, sin dolor.

Sus palabras: “Con la huida se pierden tantas cosas. Se pierde la comunidad, los hijos. Escuchás: -le asesinaron a Fulano, piden un millón por la cabeza de Fulano, los comunistas son arrasados, exterminados. Se vive en estado de zozobra, impotencia, te quedás pasmada, herida profundamente”.

Expresa Magui “Ahí tenés que decidir tu posición, tu compromiso con la lucha y ese profundo amor a la humanidad, a la gente, a la organización, de seguir o no en la lucha. Para los militantes hay muchos momentos en los que tienen que pensar dos veces”. (…no se puede ser líder en uno o dos años)

La decisión es planteada no como un acontecimiento anecdótico sino como la resultante de un posicionamiento subjetivo ante esa falta, un posicionamiento profundamente humano y comprometido ante la constatación de una realidad que no puede ser desoída: el cambio no proviene de afuera sino de uno mismo. (Al modo del pase psicoanalítico, que supone un antes y un después)

Las dificultades para sostener la militancia son especialmente duras en el caso del ser mujer;  la represión adquiere múltiples formas, cuando no brutales y crueles, los rostros de la represión pueden aparecer más insidiosos, mimetizados bajo la forma de manipulación, de acoso, o de presión, a veces hasta proveniente del mismo entorno cercano. Son también las mujeres quienes reciben el despojo más terrible de la represión: pérdidas humanas, familias desmembradas, quedando al frente de la crianza y sostén económico de los hijos.

En este sentido, recordamos la idea lacaniana de la falta en la sexuación femenina, no como atributo adscripto a la naturaleza misma del ser mujer sino al orden de un posicionamiento diferente, respecto de la completud fálica.

La sexuación femenina como condición que trasciende la constitución biológica o la dimensión de género, alude más bien a una ubicación del sujeto respecto de la lógica de referencia fálica, de completud, de omnipotencia, autosuficiencia. La posición femenina se orienta hacia una posición del no-todo, una posición no uniformizante de los modos de goce, del hacer cada uno la resolución de sus satisfacciones.

De ahí que la mujer tiene la posibilidad de llevarse mejor con la falta, de administrarla mejor en el sentido de trascender, convertir ese no-todo en un motor que mueve a encontrar el camino de la invención, de crear modos singulares de satisfacción, que sirvan no sólo en lo personal, sino también en la creación de dispositivos de construcción social.

El transmutar la realidad trágica y dolorosa surge como posible. Es posible crear algo diferente con la impotencia y el dolor, y darle una salida que tiene que ver con lo creativo, con el trabajo.

A este mecanismo lo llamamos sublimación y cada quien lo pone en juego a su manera. La sublimación permite especialmente el cumplimiento de las mayores obras culturales.

Es responsabilidad de cada uno hacer algo con la falta, con lo adverso o lo oprobioso; algunos pueden quedar en el padecimiento o negar una realidad, pero otros pueden también asumirla, experimentar el dolor y asumir el desafío de hacer algo diferente y transformador: crear conciencia, construir organizaciones, sostener la militancia.

La sublimación que ha postulado Freud como una de las salidas o resoluciones de la pulsión, desde luego no ha prometido una felicidad completa, redonda, sin agujeros o sin tropiezos, el camino de la construcción social en este caso, es reinventarse a cada paso, crear algo nuevo que sorprende y reemprender la marcha.