Comentario en torno la novela Asunción bajo toque de siesta de Hermes Giménez

Por José Caballero.

Quiero comentarles que, en principio, tenía otra idea acerca de cómo abordar estos comentarios. La intención original apuntaba más hacia una confrontación de algunos textos de Freud acerca de la creación literaria con la novela que esta noche nos convoca…Pero sucede que uno como lector se dispone a…y al final la obra nos propone su juego y establece algunas de sus reglas para conversar con ella.
Entonces, finalmente terminé cediendo a ciertas preguntas que me iban naciendo conforme avanzaba en la lectura de la novela, y son esas preguntas con algunos intentos de respuestas provisorias las que compartiré esta noche con ustedes.
Una de las cuestiones que me llamó la atención es el enfoque elegido por la narración: es la voz de la protagonista la que nos lleva por el recorrido propuesto por la novela. Y pese a que el marco temporal en que se despliega la narración corresponde a la dictadura stronista, este marco, a excepción de las páginas intensas dedicadas a las vejaciones soportadas por la protagonista en el Departamento de Investigaciones, resulta absorbido por el mayor volumen que la narración otorga a los esfuerzos de la protagonista por encontrar su lugar en los espacios ocupados por los compañeros de la oposición.
Entonces, tenemos dos cuestiones aquí: la voz de la mujer-protagonista encargada de la narración y los espacios (y relaciones) ocupados por exponentes de la oposición al régimen stronista.
Aquí es donde hice una relación con un texto de la psicoanalista Janine Puget a propósito de los efectos de la dictadura en el tejido social. Ella señalaba que “la violencia se opone a la defensa de la vida e instaura una ley según la cual el matar es permitido. El matar (y esto me parece crucial para adentrarnos en la novela) se refiere ya no sólo a espacios sociales que quedan como zonas muertas o desvitalizadas a manera de bolsas tóxicas” . A continuación agregaba: “Uno de los efectos de la violencia social es el quiebre de lazos solidarios de los grupos de pertenencia y referencia, lo que puede suceder en contextos que ejercen la violencia de maneras más sutiles”.
Precisamente, nuestra protagonista, no sólo experimenta la violencia del régimen en las sesiones de tortura sino que se encuentra con el hecho de que en su grupo de pertenencia y referencia ideológica son igualmente “hijos de puta” con ella, conforme a la expresión de Raúl, su pareja.
En esto la novela también participa de un rasgo de la novela de exilio que se comentara aquí en un anterior encuentro convocado por nuestro Ágape Cultural Psicoanalítico: los espacios que sofocan, la situación de encierro en que viven los protagonistas. Sólo que en esta obra, nuestra protagonista enfrenta el encierro y el sofocamiento particularmente con los compañeros de la oposición.
Ante esto ella va a exclamar: “No me quiero calmar. Quiero reventar, explotar como una bomba. Quiero convertirme en una bomba de gusanos que explote sobre Asunción. Una bomba de gusanos pensantes. Imaginate el efecto que causará en Asunción una bomba de gusanos pensantes. Va a causar más daño que una bomba atómica. No. Ni se darán cuenta si están todos bajo toque de siesta. Tienen prohibido salir del coma hasta nuevo aviso”.
Fijémonos en el detalle de su expresión: la narradora no se refiere a una parte de un conjunto. No dice, por ejemplo, a los personeros del régimen…o quienes la torturaron sino que dice: “están todos bajo toque de siesta”. Y esto creo que podemos entenderlo desde la propuesta de bolsas tóxicas producidas por un régimen de violencia. Es toda la trama social la que queda impactada y entonces todos los espacios posibles de conformación de vínculos llevan la marca del encierro y el sofocamiento. Recuerdo, a propósito, que en otro lugar el escritor Carlos Villagra Marsal describía al país mediante la expresión: “pozo cultural”.
Asocié igualmente esto con las conclusiones que Eric Courthés planteara en un estudio titulado: La ínsula paraguaya. Este investigador francés que estuvo un tiempo en nuestro país, analizó el significado cultural y político de esta “isla” llamada Paraguay y logró identificar varios niveles de aislamiento que nos habitan. Y estos encierros podían ser no sólo geográficos o políticos sino mentales y en sus difusos límites se tornaba difícil producir vínculos de afecto, de reconocimiento del otro.
Precisamente nuestra protagonista vive, en este sentido, experiencias definidas por el desencuentro en el nivel intersubjetivo. Hasta su embarazo llevará la marca de un vinculo perverso como lo es la experiencia con su torturador. A propósito, Eric Courthés, señala en su estudio que la isla es metonimia de la mujer y que más tarde se vuelve imagen del paraíso en tanto idea de refugio.
Y uno tiene aquí la tentación de preguntarse: ¿es por esta razón que la elección vino por el lado de optar por la voz de la mujer-protagonista para narrarnos esta historia? ¿Es nuestra protagonista metonimia de este país que vive bajo toque de siesta y por eso nos habla? ¿Esta mujer-isla que es aislada no sólo por el régimen sino por sus propios compañeros, es la imagen de una sociedad trabajada por la violencia de un régimen?
Y de la isla se quiere salir. Muchos viven planeando escaparse en algún momento. La novel se inicia, a propósito en estos términos: “Salir de este vecindario lo antes posible es mi consigna”.
Los amores que intentará construir/vivir nuestra narradora son esfuerzos por salirse de la isla…o buscar que las islas-hombres se abran, se vinculen…pero no siempre esto ocurre. Así como la manosean, la torturan, la violan en Identificaciones, también los viejos del partido la miran con lujuria y uno de ellos también la manosea. Otro compañero la traiciona y la deja sola en una Asamblea del partido. Solo encuentra refugio en otra mujer: su madre.
Esto la narradora la va a reiterar en diferentes momentos: al principio del capítulo II, dice: “Despertar en casa de mamá es un acontecimiento reconfortante”. Y al comienzo del capítulo final, también: “Despertar en casa de mamá es un acontecimiento reconfortante”. El detalle de posibilidad diferente emerge en este capítulo: la escena acoge no sólo a la madre sino a su esposo Raúl y a Nati, la hija fruto de la experiencia de violación en Identificaciones pero acogida al principio por Raúl desde la posición de padre y, posteriormente, por nuestra protagonista en tanto madre. La novela se cierra cuando el grupo familiar se dirige al comedor.
¿Qué podemos escuchar desde esta escena final a propósito de las posibilidades de reconstruir y/o instalar vínculos de reconocimiento en sociedades golpeadas por la violencia?
¿Qué las cosas deberíamos empezarlas por casa? El espacio intersubjetivo conformado por el grupo familiar fue uno de los espacios golpeados por la violencia ejercida por el Estado y es precisamente allí donde nuestra protagonista encontrará una acogida a su búsqueda.
En este sentido, es interesante que el nacimiento de la posición de madre se dinamiza desde el discurso de Raúl en tanto padre. A nuestra protagonista le costaba asumir a Nati como hija porque sus facciones le recordaban a su torturador/violador, pero Raúl dice: “Vos creés que no sabía que no era yo el padre de Nita. Claro que lo sabía. Siempre supe que no era yo. Pero en ese momento qué importancia tenía. Yo te amaba. Acababas de salir del infierno y no podías hablar de lo que tanto te dolía. Ibas a tener un hijo. Y aunque no fuera el padre, amaba a esa criatura porque era tuya. Aunque vos no quisieras tener el bebé. Y aunque pensaras que la odiabas. Era un bebé y era tuyo”.
Y uno se encuentra tentado a retomar en este punto las consideraciones de Lacan a propósito de la pregunta: ¿qué es un padre?, ¿qué es una madre? Pero aquí estamos, en principio, en otra propuesta donde estas cuestiones no las podemos plantear al margen de la experiencia de la violencia ejercida por el Estado, violencia que alteró todos los espacios de reconocimiento que precisan ser pensados todos de nuevo.
¿Asunción bajo toque de siesta nos convoca a asumir este desafío? Los recorridos narrados por la protagonista me parecen apuntar a invitarnos a enfrentarnos a la pregunta. Ella, nuestra narradora, no encuentra reconocimientos, acogidas en los espacios donde uno espera que deberían estar en las condiciones planteadas. ¿Acaso la oposición no se define por el rechazo a ese Estado violador? La novela de Hermes Giménez, como dicen los abogados, introduce una duda razonable a dicho planteo y lo ubica en el plano de la creencia, creencia que se desmonta, conforme transcurre la tragedia de nuestra protagonista.
¿Qué significa, entonces, asumir aquello que nos pasó? ¿Reconocer que la crueldad no es patrimonio del régimen sino de la condición humana? Por allí, la posibilidad de resignificarnos, encuentra alternativas en el hecho de que las cosas habrá que comenzarlas por casa, camino al comedor, ese espacio donde se despliega el antiguo ritual que sublimó la tendencia a devorarnos por la experiencia del alimento compartido.
¿Es este el aprendizaje que nos propone Asunción bajo toque de siesta?

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